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Genciencia.com - Meme: el virus de la mente

Meme: el virus de la mente
  

La definición de «meme» fue acuñada por el zoólogo, etólogo, teórico evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins en las últimas páginas de su libro de 1976 El gen egoísta. Dawkins es un humanista y un escéptico que actualmente está considerado como uno de los intelectuales públicos contemporáneos más influyentes en lengua inglesa; también es conocido como el «rottweiler de Darwin» por sus posicionamientos evolucionistas.

En aquel momento, sin embargo, Dawkins no era especialmente popular, y su intención tampoco era construir toda una teoría de la cultura bajo aquella palabra inventada, pero un número nada despreciable de científicos y filósofos no pudieron evitar contagiarse de aquella idea tan atractiva y, en lo sucesivo, empezaron a desarrollarla hasta límites que incluso asombraron al propio Dawkins.

De hecho, el propio término «meme» se ha convertido en sí mismo en un meme de gran poder, sobre todo en el ámbito de Internet, donde ha adoptado la definición de cualquier moda o tendencia que se propague rápidamente entre los usuarios. También define a muchas campañas de promoción viral o marketing viral.

Con todo, el término no se unió a la lista oficial de términos a considerar en futuras ediciones del Oxford English Dictionary hasta 1988; una fecha a todas luces muy reciente. Actualmente, la definición que podemos leer en él es: «elemento de una cultura que puede considerarse transmitida por medios no genéticos, especialmente por imitación.»

 

Y es que la imitación quizá sea el rasgo más humano que existe, y también el rasgo más pertinaz. Todos nacemos con la habilidad innata de imitar lo que nos rodea, porque imitar es una habilidad importante para sobrevivir en un mundo desconocido. Puedes comprobarlo incluso en un bebé: ponte frente a él y ejecuta alguna acción sencilla, como sacar la lengua o emitir gorgoritos. Lo que generalmente sucederá es que el bebé hará lo mismo. Y si le sonreímos, el bebé nos devolverá la sonrisa. De algún modo, hemos transmitido algo al bebé, a pesar de que no entiende nuestro idioma y apenas conoce nada sobre el mundo que le rodea.

Porque cuando imitas a alguien, ese alguien te transfiere parte de lo que posee. Hay muchas palabras distintas para señalar lo que te transfiere específicamente: información, instrucciones, conducta, ideas, etc. Pero todo ello puede designarse con un único término: meme. Un término que en absoluto es gratuito, aunque fue forjado con una pizca de visión de marketing. Tal y como señala el propio Dawkins en El gen egoísta:

Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un sustantivo que conlleve la idea de unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. «Mímeme» se deriva de una apropiada raíz griega, pero deseo un monosílabo que suene algo parecido a «gen». Espero que mis antiguos clasicistas me perdonen si abrevio mímeme y lo dejo en meme. Si sirve de algún consuelo, cabe pensar, como otra alternativa, que se relaciona con «memoria» o con la palabra francesa même.

La similitud con la palabra gen es importante, porque los memes guardan muchas similitudes con los genes, como recalca Dawkins en su obra:

Al igual que los genes se propagan en un acervo génico al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, así los memes se propagan en el acervo de memes al saltar de un cerebro a otro mediante un proceso que, considerado en su sentido más amplio, puede llamarse de imitación.

Como adelantábamos en la anterior entrega  de este monográfico sobre memética, vamos a profundizar un poco en lo que son los memes. Y también en lo que no son.

Los memes también tienen antecedentes filosóficos, como las ideas de Platón, la filosofía del espíritu deHegel, las distinciones entre noesis y noema de Husserl, la teoría de la ideología de Marx o, en mayor medida, la teoría de los tres mundos de Popper y su defensa de un conocimiento objetivo sin sujeto cognoscente. Memes todos ellos que probablemente también prepararon la mente de Richard Dawkins para pensar en los memes.

Pero ¿cuántas cosas pueden llegar a ser memes? ¿Absolutamente todo lo que nos rodea son memes?

Susan Blackmore es catedrática de Psicología en la Universidad West of England, en Bristol. En la muchas fotografías y conferencias, Blackmore exhibe un aspecto que no tiene mucho que ver con el de una catedrática: su pelo tiene pinceladas de varios colores, como una especie de arco iris capilar. Debido a una complicada enfermedad, Blackmore se vio obligada a permanecer en cama durante mucho tiempo. La mayoría de ese tiempo lo empleó en leer y reflexionar, y una de sus lecturas fue el libro de Richard Dawkins, que la obligó a ir un poco más allá en las implicaciones filosóficas de los memes. Finalmente vertió todas sus conclusiones en su libro La máquina de los memes.

Blackmore sostiene, al igual que Dawkins, que los memes son todo lo que se transmite de una persona a otra mediante la imitación:

 

ello incluye el vocabulario que utilizamos, las historias que conocemos, las habilidades que hemos adquirido gracias a otros y los juegos que preferimos. También hay que tener en cuenta las canciones que cantamos y las leyes que acatamos. Por lo tanto, cuando conducimos un coche por la izquierda (o por la derecha), tomamos cerveza con curry hindú o coca-cola con pizza, cuando silbamos el estribillo de un «culebrón» televisivo o estrechamos la mano a alguien, estamos tratando con memes.

Los memes se esparcen sin hacer ninguna clase de discriminación. No importa su beneficio o su perjuicio intrínseco. De hecho, pueden ser estéticamente horripilantes, como la canción del verano: un día le pareció pegadiza o agradable a un determinado número de personas, pero ahora, aunque se nos haya atragantado, basta que oigamos las primeras notas para que ya no podamos evitar tararearla. Literalmente, estamos contaminados por ella para el resto de nuestra vida.

Y es que los memes sólo se basan en su capacidad para replicarse. Es lo único que les concierne. Replicarse sin descanso, cuanto más, mejor. A nosotros de poco o nada nos sirve pasarnos el día entero recordando alguna frase promocional de un producto, pero a los memes les presta un gran servicio.

Los mecanismos imitativos de la mente son un caldo de cultivo excelente para copiar tonadas. Si una de ellas consigue ser tan popular como para que se incruste en un cerebro y posteriormente transmitirse a otro, lo hará. Si resulta ser extremadamente popular, cantable, recordable, silbable, tiene muchas probabilidades de transmitirse a muchos cerebros. (…) Todo este cantar no tiene ninguna ventaja para nosotros ni para nuestros genes. Sentirse perseguido por esas horribles tonadas es, simplemente, una consecuencia inevitable de poseer un cerebro capaz de imitarlas.

Bajo esta premisa, entonces, podemos entender mejor cómo es posible que canciones tan simplonas y estúpidas como las que se popularizan en verano (y que nos persiguen durante el resto de nuestra vida) tengan una capacidad de contagio tan elevada: sencillamente pueden acceder a más cerebros. Además, las melodías sencillas o repetitivas son más fáciles de recordar. «La música compleja improvisada puede evolucionar aunque es posible que sólo se transmita dentro de un ámbito reducido de músicos expertos o de musicólogos avezados. Es probable que la música realmente sofisticada no sea recordada debido a su complejidad y por lo tanto no se replicará por mucho que produzca placer a sus oyentes.»

Naturalmente, esto es también aplicable a cualquier otra manifestación cultural, como la literatura, los programas de televisión o el cine. Por muy sibaritas o exclusivos que seamos, será prácticamente inevitable que acabemos siendo contagiados por los memes más populares y, a su vez, no podremos evitar también contribuir a la pandemia al transmitirlos a las personas que nos rodean.

Tal vez la prueba más hilarante de esta condición epidémica de los memes sean las últimas palabras pronunciadas por el capitán Berkoz antes de morir. Dieciséis segundos antes de que el vuelo 981 de Turkish Airlines se estrellara contra el suelo, el piloto, el capitán Mejak Berkoz, cantó un jingle publicitario turco, una pegadiza melodía que probablemente había visto en la televisión y que, ni siquiera antes de morir, pudo sacarse de la cabeza.

El divulgador científico Matt Ridley también aporta una divertida anécdota de qué es un meme en su libroGenoma, a través de la relación que mantuvo el antropólogo Lee Cronk con la empresa de calzado deportivo Nike:

Nike hizo un anuncio en la televisión en el que se veía un grupo de personas de una tribu del este de África que levaban botas de montaña. Al final del anuncio uno de los hombres se vuelve hacia la cámara y dice unas palabras. Aparece un subtítulo como traducción en el que pone «Just do it» (hazlo), el eslogan de Nike. Lee Cronk, que habla samburu, el dialecto de los masai, vio el anuncio y fastidió a Nike. Lo que el hombre decía realmente era «no quiero estos zapatos, dame unos más grandes». La mujer de Cronk, periodista, escribió la historia y enseguida apareció en la portada deUSA Today y en el monólogo de Johnny Carson en su programa The Tonight Show. Nike le mandó a Cronk un par de botas grandes; cuando Cronk fue a África otra vez, se las dio a un hombre de la tribu. (…) Pero cuando, unos años después, Internet se expandió, la historia de Cronk encontró un hueco en la Red. A partir de ahí se extendió, sin fecha, como si fuese una historia nueva y Cronk recibe por lo menos una pregunta al mes. La moraleja de la historia es que los memes necesitan un soporte en el que replicarse. La sociedad humana funciona bastante bien; Internet todavía mejor.

Como adelantábamos en la anterior entrega  de este monográfico, los paralelismos entre genes y memes son enormes. Sin embargo, una de las diferencias sustanciales de los genes es que los memes (al menos los buenos memes, con determinado grado de fecundidad, longevidad y fidelidad: por ejemplo, una buena idea, un buen invento, una buena receta de cocina) son capaces de perdurar durante siglos o milenios, como una herencia arqueológica cultural.

Porque, si bien el medio de transmisión de los memes puede ser la palabra escrita, la palabra hablada, un gesto, etc., el lugar donde residen los memes es sin duda el paradigma de la seguridad: miles de cerebros diseminados por todo el planeta. Como si realizáramos una copia de seguridad de los archivos más importantes de nuestro disco duro del ordenador en millones de discos duros de los ordenadores de otras personas.

A menudo los genes y los memes se ayudan y se refuerzan entre sí: la cultura no deja de ser, en parte, un reflejo de nuestro ADN (por ejemplo, nos gusta el acto social de comer porque en nuestro genoma está codificada la necesidad de comer y el placer que la comida nos proporcionará, mayormente si contiene cantidades considerables de grasas y azúcares).

 

Pero esta relación no siempre es tan estrecha. Hay memes que se replican y sobreviven al margen de los genes. Un buen exponente de ello es el meme de la castidad. La castidad, como manifestación genética, no tardaría en desaparecer, porque sencillamente las personas que nacen predispuestas genéticamente a la castidad tendrían menos posibilidades de reproducirse y, por tanto, de transmitir su predisposición a no practicar sexo. No obstante, el meme de la castidad puede tener mucho más éxito, porque una persona casta puede igualmente enseñar a los demás las ventajas morales, sociales o sicológicas de su decisión y, por tanto, contagiarles con el meme de la castidad.

Con todo, una de las propiedades más difíciles de asumir cuando empiezas a entender lo que es un meme es que los memes no tienen entidad física. Un meme no tiene tamaño, ni peso. Tampoco se puede medir, ni observar, ni tampoco catalogar. En ese sentido, un meme es una especie de experimento mental o de metáfora, como la cueva de Platón, el demonio de Descartes, la visión de Hobbes del estado de la naturaleza y el contrato social o la idea de Kant del imperativo categórico. Los memes, pues, están hechos del mismo material del que están hechos los sueños.

Los científicos ni siquiera se ponen de acuerdo sobre lo que es necesario para considerar que algo es un meme y cuándo, en vez de un meme, se trata de un conjunto de memes o de un memeplejo (conjunto de memes que se refuerzan entre sí para crear un meme mayor; por ejemplo, una religión organizada). El filósofoDaniel C. Dennett es probablemente uno de los mayores impulsores de la teoría de la memética, de modo que si queréis profundizar sobre el asunto de los memes, os recomiendo encarecidamente su obra, sobre todo La peligrosa idea de Darwin.

En su obra La peligrosa idea de Darwin, Dennett trata de definir la unidad memética de alguna manera más clara, a fin de que no nos quedemos con la impresión de que los memes son sólo vagos elementos ilusorios. Según Dennet, la unidad memética estaría constituida por el elemento más pequeño que se autorreplica con fecundidad y fiabilidad. Atendiendo a esta definición, Susan Blackmore pone como ejemplo una gota de pintura de un determinado color. Una simple gota de pintura es un meme demasiado pequeño, tan pequeño que no gustará a suficiente número de personas, ni tampoco será objeto de los flashes de las cámaras fotográficas de turistas. Sencillamente, una gota de pintura es algo demasiado común, incluso para Pollock .

Por el contrario, el museo del Louvre o una galería de arte cualquiera constituye un meme demasiado grande. La unidad natural más apropiada sería un cuadro, como por ejemplo El grito de Edgard Munch (sin duda una de las imágenes más empleadas en la cultura popular). Así pues, un meme debe ser lo suficientemente grande como para llevar consigo información que valga la pena copiar; no existe una medida fija para ello:

Los estilos pictóricos, como son el cubismo o el impresionismo, también pueden ser copiados y, por lo tanto, cuentan como memes pero no pueden ser divididos en unidades. Una sola palabra es demasiado corta para otorgarle derechos de autor, pero una biblioteca entera es excesiva para este fin. No obstante, registramos como propiedad intelectual muchas cosas como la apostilla de un anuncio con garra o un libro de cien mil palabras.

Dennett resuelve el problema de que los memes sean entidades de poca precisión comparándolas con las palabras. Para Dennett los memes existen en tanto en cuanto existen las palabras. Por ejemplo, cuando un chico lleva una gorra de béisbol hacia atrás, ¿estamos frente a un meme o frente a dos memes (el de llevar la gorra y el de ponérsela hacia atrás)?. La verdad es que el matiz no es tan problemático como parece, porque este equívoco también se produce en el ámbito del lenguaje y no por ello dudamos de que el lenguaje exista: por ejemplo, ¿la palabra «rompecorazones» es una palabra o son dos?

Tened todo esto en cuenta la próxima vez que una idea se alumbre en el ámbito de vuestro craneo. Probablemente, haya sido alumbrado en otros cráneos, y en el vuestro sencillamente ha germinado.

Como un virus. El virus de la mente.

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