Los cosmonautas de Stalin
Los cosmonautas de Stalin
El 12 de abril de 1961 un ser humano alcanzó el espacio por primera vez y el mundo ya no volvería a ser el mismo.
La hazaña de Yuri Gagarin es de sobra conocida, pero pocos saben que en 1950 la Unión Soviética estuvo a punto de lanzar cosmonautas en vuelos suborbitales por encima de los cien kilómetros de altura, la tradicional -y subjetiva- frontera del espacio.
De haberlo conseguido, la URSS de Stalin podría haber enviado un hombre al espacio casi una década antes del vuelo de la Vostok 1.
Tijonrávov, el GIRD y la V-2
Para encontrar el origen de esta historia debemos remontarnos al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas aliadas avanzaban por las ruinas de la Alemania nazi encontrando a su paso las instalaciones abandonadas de los cohetes A-4 de Wernher von Braun, más conocidos por el resto del mundo como V-2.
El A-4 era el misil balístico más grande y avanzado jamás construido. La nación que lograse hacerse con su tecnología tendría una clara ventaja en la Guerra Fría que ya se vislumbraba en el horizonte.
Los estadounidenses se cobraron las mejores piezas en esta carrera por conseguir el botín de guerra del A-4 -incluido el propio von Braun-, mientras que los soviéticos tuvieron que conformarse con unas pocas migajas.
Pero eso no detuvo a Stalin.
Centenares de ingenieros soviéticos viajaron a Alemania para estudiar los restos del programa de misiles nazi e interrogar a los ingenieros alemanes. Entre ellos se encontraban figuras como Valentín Glushkó o Serguéi Koroliov, que apenas doce años después se convertirían en los padres de la cosmonáutica soviética.
Uno de los ingenieros atraídos por el esplendor de la técnica balística alemana era Mijaíl Klavdievich Tijonrávov. Injustamente tratado por la historia, Tijonrávov fue uno de los pioneros del esfuerzo espacial soviético. Junto con genios de la talla de Fridrij Tsander o el propio Serguéi Koroliov, en 1932 se convertiría en uno de los fundadores del Grupo para el Estudio de la Propulsión a Reacción (GIRD). Pese al alto nivel de sus socios y el apoyo del estado, el GIRD no dejaba de ser un puñado de entusiastas soñadores unidos por una pasión común: la exploración del espacio. Y sin embargo, en 1933 Tijonrávov logró diseñar el primer cohete soviético de combustible líquido, el pequeño GIRD-09.
A diferencia del resto de colegas del GIRD, Tijonrávov sólo tenía un objetivo en mente: poner un hombre en el espacio. No es que Koroliov o Tsander no compartiesen este entusiasmo, pero consideraban que todavía era demasiado pronto. Pensaban que aún existían numerosas incógnitas y serían necesarias muchas décadas de trabajo antes de que un ser humano pudiera aventurarse más allá de la atmósfera terrestre. Tijonrávov no estaba de acuerdo y creía que se debía lanzar un cohete tripulado lo antes posible, aunque se tratase de un simple vuelo suborbital.
En 1935 publicaría el artículo “A la estratosfera en un cohete”, donde detallaba los planes para lanzar un ser humano por encima de los 30 kilómetros de altura usando cohetes desarrollados por el GIRD.
Pero sus compañeros sostenían que hablar abiertamente de vuelos espaciales tripulados sólo serviría para espantar a las autoridades e impedir que invirtieran seriamente en el desarrollo de cohetes, así que los vuelos suborbitales de Tijonrávov quedaron en segundo plano dentro de las prioridades del GIRD.
Lamentablemente, este brillante periodo inicial de la cosmonáutica soviética terminaría abruptamente por culpa de las purgas de Stalin, proceso que culminaría con el arresto de Koroliov en 1938, el nefasto “año del terror”.
La URSS tenía otras prioridades y la construcción de fantasiosos cohetes espaciales no era una de ellas.
El proyecto VR-190
Cuando en los últimos años de la guerra se supo de la existencia del misil A-4 nazi, el gobierno soviético se dio cuenta inmediatamente de la importancia de los cohetes balísticos como arma estratégica. Fue entonces cuando las autoridades se acordaron de “los chiflados del GIRD” y sus locos cacharros.
Mayor y más prudente que la mayor parte de colegas del GIRD, Tijonrávov había logrado sobrevivir a las purgas de Stalin y a la Gran Guerra Patria trabajando en varios proyectos de misiles. A la vista de los recientes avances en cohetería, Tijonrávov creó un grupo de trabajo en el instituto de investigación NII-1 para desarrollar un cohete-sonda de combustible sólido con el fin de estudiar la estratosfera.
El proyecto sería conocido como VR-210, (de Vysotnaia Raketa/ Высотная Ракета, “cohete de gran altura”) y contaría con la colaboración de Nikolái Chernyshov. Sin embargo, sería cancelado poco después al no recibir la financiación adecuada.
Pero justo entonces Tijonrávov se enteró de los avances alemanes con el A-4 y su mundo se tambaleó. “Por fin”, debió pensar el veterano ingeniero, “un vehículo lo suficientemente potente para alcanzar la frontera del espacio”.
A principios de 1945, con la guerra dando sus últimos y sangrientos coletazos, Tijonrávov propuso el proyecto VR-190 con un objetivo espectacular: enviar un hombre a 200 kilómetros de altura usando un misil A-4 alemán. El proyecto sería apodado Pobeda (“victoria”), un buen nombre para celebrar el triunfo de la URSS sobre el Tercer Reich.
La oficina de diseño OKB-115 de Alexánder Yákovlev sería la encargada de construir la cabina presurizada con capacidad para dos estratonautas, bajo la dirección de A. V. Afanasyev. La cabina debía incluir un sistema de separación del cohete y un nuevo motor de 30 toneladas de empuje, así como paracaídas, equipos de comunicaciones y hasta un escudo térmico rudimentario para aguantar los rigores de la reentrada atmosférica suborbital. Como medida de seguridad, se sugirió emplear trajes de presión para la tripulación.
El proyecto VR-190 ya estaba listo a mediados de 1945, pero todavía había que construir la infraestructura adecuada para poder utilizar los A-4. El gobierno soviético había decidido no emplear las instalaciones alemanas, por lo que poco después se aprobó el traslado de la producción y el montaje del misil a la URSS. Los planes de Tijonrávov tendrían que esperar.
El 23 de marzo de 1946, el proyecto VR-190 fue oficialmente presentado ante el ministro de la industria aeronáutica, Mijaíl Khrúnichev, el cual no se mostró especialmente impresionado por la propuesta. Khrúnichev era un fiel representante de la vieja escuela de la aviación y no tenía el menor interés en los cohetes.
El 12 de abril de ese mismo año, una comisión estatal dirigida por el académico Serguéi Jristianovich estudió la viabilidad del proyecto, pero decidió mantenerlo en suspenso hasta que el gobierno tomase una decisión sobre los planes para el desarrollo de misiles balísticos.
Y eso fue lo que ocurrió el 13 de mayo de 1946, cuando el Consejo de Ministros de la URSS publicó el decreto “Cuestiones sobre el armamento balístico” por el que se definían las prioridades del país en esta materia. Como resultado, Serguéi Koroliov y su instituto NII-88 serían los encargados de dirigir el diseño de los nuevos misiles balísticos soviéticos, mientras que Valentín Glushkó construiría los motores. Esta curiosa división de tareas terminaría por ser causa de discordia entre ambos personajes.
Stalin se empeñó en construir primero una copia idéntica del A-4, denominada R-1. Koroliov consideraba que el diseño alemán estaba anticuado y que podía ser mejorado fácilmente, proponiendo en su lugar el cohete R-2. El gobierno decidió aprobar el desarrollo de los dos misiles al mismo tiempo, lo que introdujo un importante retraso en el programa. Como polígono de lanzamiento se eligió Kapustin Yar, una zona situada no muy lejos de Volgogrado. Podemos imaginar la impaciencia que debió sentir Tijonrávov en esos momentos. El A-4 ya estaba listo, sólo había que construir la cabina presurizada y lanzar el cohete con la tripulación. Pero la burocracia soviética parecía jugar en su contra. Para complicar la situación, ciertas voces señalaron que no sería muy correcto lanzar un ciudadano soviético a bordo un misil nazi capturado. Mejor sería esperar a que el R-1 o el R-2 estuviesen disponibles.
El VR-190 se hallaba en un impasse, así que en junio de 1946, Tijonrávov decidió escribir una carta apelando a las más altas instancias: el mismísimo Stalin. Todo parece indicar que el viejo dictador quedó encantado con la propuesta. No obstante, las dificultades a la hora de poner en marcha la producción del R-1 y el polígono de Kapustin Yar resultaron ser mayores de lo previsto. A finales de año, el NII-1 de Tijonrávov fue transferido al instituto NII-4, el cual sería a su vez absorbido por la recién creada Academia de Ciencias de Artillería. El grupo de Tijonrávov se vio desbordado de trabajo y sólo pudo trabajar en el VR-190 durante su tiempo libre. A principios de 1947 estaba claro que el programa había perdido la oportunidad de atraer el interés de la cúpula política del país. El propio Koroliov se mostraría contrario al VR-190 por considerarlo un rival para su proyecto de investigaciones estratosféricas mediante los R-1 y R-2. Koroliov opinaba además que los vuelos suborbitales eran un simple derroche de recursos que podían emplearse en otros proyectos más útiles. El objetivo final debía ser la órbita terrestre y para eso hacía falta un cohete mucho más potente que el A-4 alemán. Para entonces ya era evidente que la URSS había perdido la oportunidad de mandar un hombre al espacio antes de 1950.
Pero Tijonrávov no se rindió. Aunque las autoridades le arrebataron el control sobre el VR-190, durante su etapa como jefe del NII-4 continuó creando proyectos similares que deberían hacer uso de la nueva generación de cohetes científicos basados en el R-2 de Koroliov. A principios de los 50, propuso con vehemencia el empleo de misiles de varias etapas para colocar satélites en órbita. Sus jefes militares no le prestaron demasiada atención, a diferencia de Koroliov, quien veía cada vez más cerca la posibilidad alcanzar el espacio.
Los vuelos suborbitales
El 22 de julio de 1951, un cohete sonda V-1B (un misil R-1 modificado) despegó desde Kapustin Yar alcanzando los 101 km de altura. A bordo viajaban los perros Tsigan y Dezik, los primeros en superar la frontera del espacio. Poco después, la cápsula aterrizaba con los canes en perfecto estado de salud. Los temibles rayos cósmicos y el breve periodo de ingravidez no parecían ser un obstáculo insuperable de cara a los vuelos tripulados. La viabilidad del proyecto VR-190 había quedado demostrada.
Tsigan y Dezik no serían los últimos seres vivos en alcanzar el espacio. Les seguirían varios vuelos de pruebas en distintos misiles R-2 y R-5 modificados (V-2A, V-2B y V-5A). La posibilidad de mandar un hombre al espacio en una trayectoria suborbital volvió a ser seriamente sopesada por varias instituciones soviéticas. Vladímir Yazdovski, médico encargado de la selección de perros para vuelos espaciales, llegó a sopesar la posibilidad de crear un cuerpo de cosmonautas, idea que recibió el apoyo del Mariscal de la Fuerza Aérea Pável Zhigarev. Pero Koroliov volvió a oponerse al proyecto. Ahora tenía entre manos el desarrollo del cohete R-7, que debía convertirse en el primer misil intercontinental de la historia.
Con este lanzador, el Ingeniero Jefe sabía que los vuelos orbitales estarían al alcance de la mano y no iba a perder el tiempo con simples “saltos” balísticos. Habría que esperar a 1959 para ver la creación del primer cuerpo de cosmonautas soviéticos. Curiosamente, los Estados Unidos no compartían el recelo de Koroliov hacia los vuelos tripulados suborbitales. De hecho, las dos primeras misiones espaciales del programa Mercury serían precisamente lanzamientos balísticos de este tipo con el fin de ahorrar tiempo y dinero.
Con respecto a nuestro amigo Tijonrávov, el fracaso del VR-190 quedó compensado con creces cuando en 1956 Koroliov lo invitó a trabajar en su oficina de diseño OKB-1. Aunque nunca pudo ver un hombre a bordo de un cohete suborbital, jugó un papel protagonista en el diseño de la Vostok, la primera nave espacial de la historia. Tijonrávov moriría en 1974 después de recibir en dos ocasiones la Orden de Lenin por su contribución a la cosmonáutica soviética. Y lo más importante es que logró ver su sueño hecho realidad: el hombre había logrado alcanzar el espacio.
En la actualidad, cuando varias empresas privadas compiten por ofertar vuelos comerciales suborbitales, resulta paradójico el rechazo casi visceral de la Unión Soviética hacia este tipo de lanzamientos balísticos. El único vuelo suborbital tripulado soviético sería el realizado de forma involuntaria por la Soyuz 18-1 cuando su lanzador sufrió un problema durante la separación de la segunda etapa y fue incapaz de alcanzar la órbita.
En 2011 celebraremos medio siglo del primer viaje tripulado al espacio.
Pero el proyecto VR-190 nos plantea un curioso interrogante: ¿y si Yuri Gagarin no hubiese sido el primero?
Referencias:
Velikolepnaia Shestiorka, Anton Pervushin (Sekretnie Materiali XX veka Nº 8 (161) abril 2005).
Tsigan, Dezik i Proekt VR-190, B. Kantemirov (Novosti Kosmonavtiki, Nº 9 2001).
Sputnik and the Soviet Space Challenge, Asif A. Siddiqi (University Press of Florida, 2003).
Mijaíl Tijonrávov, biografía de RKK Energía.
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